viernes, 28 de mayo de 2010

Grandes mentiras del corazón

A veces se vuelve porque se quiere, pero la mayoría de las veces, uno vuelve sin querer. Aún así la vuelta siempre es cocinada con rabia y ansias. Volver significa creer, tener fe. Y creanme si les cuento, que aquella vez, lo único de desee es no haber vuelto, volver a volver.
El paisaje era sórdido. Tu cara, la expresión de tus ojos fingiendo compasión, removieron la más profunda de mis arcadas que tímida, se escondía en mi orgullo ausente. Hubiese vomitado en tu cara, a modo de peli gore americana, lo hubiese hecho, lo juro, pero, no lo hice. Me compadeciste, miraste el reloj en tres ocasiones y finalmente tras disculparte, te superaste haciéndolo aún peor. Fatal pensé, fatal sentí. Y toda la energía que había utilizado con la mejor de mis intenciones, cayó como confetí de piñata. Pensé, así es la vida no? pues... vaya mierda.

Aquella tarde la situación fue un poco mejor. Y digo sólo "un poco" porque después de nuestro divorcio nada pudo ir a mejor. Entre nosotros me refiero... esta claro. Recordé que en tus últimas idas y venidas, te habías llevado por "equivocación" la copia de las llaves del coche de mi hermana Louise. Menos mal que me di cuenta, pues resulta que después de divorciarse (la cosa parece de familia)...Louise en una de sus escapadas nocturnas con aquel adolescente de California, afectada claramente por la bebida y en un arrebato de sexualidad contenida, perdió, sin querer, las llaves de su precioso y adorado coche. Me llamó, como siempre, a las cinco de la mañana, como habitualmente. Yo adormecida, con la dicción realentizada, prometí ayudarla buscando la copia de llaves. Mi sorpresa consiguió superarse, pues recordé que las había escondido en aquella caja que vaciaste para llevarte tus zapatos. Que vaciaste a medias... como todo. Me disculpe con Louise, poniéndole una estúpida escusa y fué a la tarde siguiente cuando recordé aquella caja, mi caja, ahora la caja de tus zapatos. Te llamé.

La tarde empezó con una sintonía agradable e hipócrita. Llena de preguntas de cortesía por ambas partes. El ambiente a medida que transcurría el tiempo, empezó a tornarse un poco incomodo y punzante, semejante a la picadura de avispa. Que se atranca. Que se encaya. -"Te agradezco que hayas sido tan rápido en devolverme las llaves de Louise, ya sabes como es". Apenas me hiciste caso, no me estabas escuchando. Después de varias escusas, vagas y absurdas, saliste por la puerta tal y como habías entrado. Silencioso, como un zorro.

Y es que siempre odie la mentira. Y no la mentira creativa que se hace por inventar. No, esa no. Siempre odie la piadosa, la que se hace por un bien común, por no hacer daño... los cojones. La mentira es mentira y es más mentira aún, cuando se utiliza para aliviar, más cruel si cabe, cuando benevolente, logra disfrazarnos de "santos de burdel".