Aquella tarde la situación fue un poco mejor. Y digo sólo "un poco" porque después de nuestro divorcio nada pudo ir a mejor. Entre nosotros me refiero... esta claro. Recordé que en tus últimas idas y venidas, te habías llevado por "equivocación" la copia de las llaves del coche de mi hermana Louise. Menos mal que me di cuenta, pues resulta que después de divorciarse (la cosa parece de familia)...Louise en una de sus escapadas nocturnas con aquel adolescente de California, afectada claramente por la bebida y en un arrebato de sexualidad contenida, perdió, sin querer, las llaves de su precioso y adorado coche. Me llamó, como siempre, a las cinco de la mañana, como habitualmente. Yo adormecida, con la dicción realentizada, prometí ayudarla buscando la copia de llaves. Mi sorpresa consiguió superarse, pues recordé que las había escondido en aquella caja que vaciaste para llevarte tus zapatos. Que vaciaste a medias... como todo. Me disculpe con Louise, poniéndole una estúpida escusa y fué a la tarde siguiente cuando recordé aquella caja, mi caja, ahora la caja de tus zapatos. Te llamé.
La tarde empezó con una sintonía agradable e hipócrita. Llena de preguntas de cortesía por ambas partes. El ambiente a medida que transcurría el tiempo, empezó a tornarse un poco incomodo y punzante, semejante a la picadura de avispa. Que se atranca. Que se encaya. -"Te agradezco que hayas sido tan rápido en devolverme las llaves de Louise, ya sabes como es". Apenas me hiciste caso, no me estabas escuchando. Después de varias escusas, vagas y absurdas, saliste por la puerta tal y como habías entrado. Silencioso, como un zorro.
Y es que siempre odie la mentira. Y no la mentira creativa que se hace por inventar. No, esa no. Siempre odie la piadosa, la que se hace por un bien común, por no hacer daño... los cojones. La mentira es mentira y es más mentira aún, cuando se utiliza para aliviar, más cruel si cabe, cuando benevolente, logra disfrazarnos de "santos de burdel".